Contemplar la obra de José Luis Pérez Navarro en retrospectiva representa «sentir de nuevo el aire fresco que atravesó la pintura durante la década de los ochenta». Así lo percibe la crítica de arte Ángeles Alemán ante esta amplia selección de la obra de José Luis Pérez Navarro reunida en una exposición.
Las primeras pinturas de Pérez Navarro, especialmente su obra «Guanches a la vuelta de ARCO» (1985), representan una explosión de optimismo y buen humor en medio de una época marcada por la postmodernidad. «La pintura gestual y matérica que en los ochenta encauzó la estética nacional e internacional encuentra en este cuadro una nueva dimensión: la de la ironía, el buen humor, la mirada joven ante lo que en esa época era todo un acontecimiento», tal y como señala Ángeles Alemán.
En esta década de los ochenta, sin embargo, la evolución de Pérez Navarro, inquieto y curioso, lo condujo pronto a otras formas de expresión, en una época de experimentación, como la que sucede a los cuadros impregnados de materia y realizados para la exposición Frontera Sur, una de las muestras colectivas que, a mitad de la citada década, marcaron lo que se consideró un punto de inflexión a la hora de entender el arte realizado en Canarias.
Durante estos años, Pérez Navarro empezó a desarrollar una pintura sugerente, realizada entre la contradicción de los fondos gestuales y los elementos que, de una manera sutil, atraviesan el espacio. Elementos como líneas, tubos, fragmentos de tejido o de metal que convierten sus cuadros en un nuevo campo de experimentación.
En la década de los noventa, José Luis Pérez Navarro va a descubrir una nueva poética, la que dará el sello definitivo a su estado de madurez. Es entonces cuando la particular luz de Canarias ilumina su pintura.
En este momento, «la mirada de Pérez Navarro se acerca a la naturaleza que le rodea e investiga la vegetación insular. Conocedor en profundidad de la poética de Pedro García Cabrera, hace suyo el significado del texto fundacional de la vanguardia en Canarias, El hombre en función del paisaje. Iniciando entonces su aventura más personal, ubica su mirada y su pincelada de tal forma que nos adentramos en una nueva dimensión de su pintura», apunta Ángeles Alemán.
En 1993, y para una exposición en la Ape Gallery de Nueva York, este creador realizó una serie de pinturas que aún aparecen impregnadas de materia con una gestualidad visible. Tonos verdosos y grises, realizados a base de pigmentos y látex sobre lienzo, con el título genérico de «Paisajes verdes», se configuran como una nueva mirada a la naturaleza.
Pérez Navarro va alejándose progresivamente de la abstracción y acercándose a una nueva manera de entender la pintura. De hecho, un año más tarde empieza a recrear una pintura propia que anuncia su madurez tomando como modelo la vegetación insular con las piteras y cactus.
Las tuneras, las piteras, los dragos empiezan a sembrar sus pinturas de una nueva cualidad, configurando un imaginario propio. En estas pinturas, la luz invade el espacio con nuevos tonos amarillos y verdes, tonos solares de una pintura que retoma, de manera original y única, un camino antes recorrido por los artistas de la vanguardia en Canarias, como el caso de Oramas, Monzón, Santiago Santana, Antonio Padrón, algo que el crítico Eduardo Westerdahl había descrito con precisión.
En los retratos que realiza Pérez Navarro a partir de la década de los noventa, la pintura refleja esta particular simbiosis entre su manera moderna de ver el mundo y su técnica clásica. Los retratos de sus amigos y de su familia, que va realizando a lo largo de los años, nos muestran su cercanía a cada uno de los retratados. Capta bien la mirada, el gesto, el físico de quienes él traslada a la pintura. De nuevo aparece su peculiar forma de enfrentarse al lienzo, situando a cada uno de sus retratados en un paisaje que le es propio. El protagonista se convierte a su vez en parte integrante del paisaje y sin perder su carácter individual asistimos a un proceso único de fusión entre la efigie del retratado y el paisaje que lo sustenta y envuelve.
Con el tiempo, y ya en los años más recientes, su raíz anclada en el surrealismo insular surge de nuevo. Tanto es así que «El Drago», de Óscar Domínguez, brota como un tema que el artista desarrolla con fruición en los años venideros. La frondosidad de la copa y el amor por el detalle que se puede contemplar en el tronco de esta planta centenaria son, en buena medida, «el resultante de su curiosidad sin límites y de los anclajes culturales que desarrolla», explica Ángeles Alemán.
Los dragos se convierten así en un motivo constante en su pintura, una línea creativa que viene desarrollando hasta la actualidad. En las últimas creaciones que surgen de su trabajo, José Luis Pérez Navarro se integra aún más en el paisaje y sus elementos: cuadros impregnados de verdes, lilas y violáceos configuran el esplendor de su madurez.