Vacíos
2017
Técnica mixta sobre cartón.
20 x 20 cm.
Vacíos II
2017
Técnica mixta sobre cartón.
20 x 20 cm.
Perdonen que no me levante
2018
Acrílico y lápiz sobre lienzo.
15 x 15 cm.
Perdonen que no me levante II
2018
Acrílico y lápiz sobre lienzo.
15 x 15 cm.
El sueño irreversible
2020
Acrílico y lápiz sobre tabla.
14 x 22 cm.
El arte de levantarse
2019
Acrílico y lápiz sobre lienzo.
16 x 22 cm.
El arte de levantarse II
2020
Acrílico y lápiz sobre tabla.
30 x 24 cm.
El arte de levantarse III
2020
Acrílico y lápiz sobre tabla.
30 x 24 cm.
El arte de levantarse IV
2018
Acrílico y lápiz sobre tabla.
30 x 24 cm.
El arte de levantarse V
2018
Acrílico y lápiz sobre tabla.
30 x 24 cm.
El pasado noviembre inauguré en la galería S/T Espacio Cultural de Las Palmas de Gran Canaria Desequilibrios, mi última muestra individual de pintura (a ella pertenecen estas imágenes). Allí reuní piezas realizadas durante los tres años anteriores y todas se fueron impregnando de cierto carácter apocalíptico, cierto regusto a cataclismo espiritual y corporal que, sin embargo, recibí completamente a ciegas como si de una extraña corazonada se tratase. Ni en mis peores pesadillas podía yo avanzar lo que llegaría después: una pandemia omnipresente que todo lo reescribiría y que a todos nos afectaría con mayor o menor intensidad. Este es el texto que fue escrito en su día para la exposición:
Caer es el camino
Tropezar, caer, precipitarse. El vacío aguarda con los brazos abiertos a cualquier elemento desestabilizador en nuestras vidas. Justo cuando empezamos a pensar que el vuelo es posible, la gravedad se impone para recordarnos cuán torpes somos y qué poco preparados estamos ante los reveses. ¿Y si nos acabamos descubriendo como poco más que indefensas criaturas desnudas? ¿Sería tan malo? En cualquier caso, ya como individuos aislados, ya como sujetos que formamos parte de una colectividad social, nos vemos abocados a la caída. Caemos cuando fracasamos en nuestros proyectos, y también cada vez que leemos las noticias e intentamos salir a flote de esta vertiginosa realidad, de esta actualidad rabiosa que se divierte poniéndonos la zancadilla. No queda otra: caer parece ser el único camino posible ahora mismo. Puede que haya que ir practicando entonces el sabio arte de levantarse, pero eso ya es otra historia.
Lo cierto es que Desequilibrios se estructuró como una gran serie “madre” de otras subseries menores y que secuenciaban, literalmente y de manera visual, el proceso de caída en una figura humana desnuda. Así, la serie Vacíos mostraba individuos que perdían el equilibrio al faltar un pedazo del soporte pintado; las series El sueño irreversible y Perdonen que no me levante se centraban en la figura ya caída, bien sin mostrar demasiadas esperanzas sobre la capacidad del sujeto para levantarse después, bien empezando este a luchar para poder hacerlo como lo haría algún insecto patas arriba. Por último, en la serie El arte de levantarse, más optimista, los protagonistas conseguían, por fin, separar la espalda del suelo y, finalmente, erguirse.
Todas las obras tuvieron en común el carecer de caras definidas, incluso muchas veces de las cabezas. Por un lado, no me interesaba el retrato para expresar lo general y, por otro lado, el ser humano muchas veces me parecía una suerte de criatura descabezada, propensa a ir dando tumbos no se sabe muy bien hacia dónde.
En cualquier caso, Desequilibrios quiso ser un pequeño espejo de nuestra humanidad más honda, de nuestras debilidades y fortalezas, de la eterna vigencia del desnudo y de lo corporal.
