Echedey
Medina Déniz
Nombre y Apellidos: | Echedey Medina Déniz |
Nacimiento: | Moya, Gran Canaria, 1994 |
Categoría: | Poesía y narrativa |
Formación: |
Grado en Lengua Española y Literaturas Hispánicas por la ULPGC |
Colaboradora: Casandra González
Fecha de la publicación: 17/05/2021
Hoy tenemos una cita con Echedey Medina Déniz (Moya, 1994). Graduado en Lengua Española y Literaturas Hispánicas por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, durante su época estudiantil formó parte, junto a otros compañeros y compañeras de carrera, de dos grupos literarios: El Paseo de los Flamboyanes y Palma y Retama, ambos creados en la misma universidad. Con este último grupo, participó en el Encuentro de Poetas 2017, celebrado en El Huerto de las Flores (Agaete). Es autor de Una segunda oportunidad sobre la tierra (2019), poemario que fue presentado en la 31ª Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria. Asimismo, colaboró en la revista Dragaria y trabajó como guía en la Casa-Museo Antonio Padrón. De esta última vivencia nacieron su participación en “100 escritos a Padrón”, dentro de la XVII edición de Escritos a Padrón, y su aportación personal Diario de un guía de museo que quiere ser visitante (2020). También participó como ponente en el Seminario de Jóvenes Investigadores (2020), celebrado en la Casa-Museo Tomás Morales, con su ponencia sobre la poesía de Pino Ojeda: De planeta en planeta buscando agua potable.
Tras esta breve presentación, y para comenzar con la ronda de preguntas, damos una calurosa bienvenida a nuestra pequeña tertulia a Echedey Medina Déniz. Comenzamos con la primera: ¿Cómo fueron tus inicios como escritor y poeta?
Les pasa a todos los niños lo que les pasa a los caminantes y a los alpinistas: antes o después acaban preguntándose “¿por qué?, ¿para qué?”. Ante esta pregunta tan remota como esperada, al niño no le bastan las explicaciones esmeradas que, a tropezones, les da el círculo de personas cercano a su ámbito tanteando qué se puede decir ante el gran misterio que es construir la vida para todo el mundo. Pues sucedió que a mí nunca me bastaron las explicaciones que con diligencia me daban, ya fuera en casa o en el colegio. Si la palabra mesa hacía referencia a ese objeto de madera sobre el que nos apoyamos, yo quería saber por qué teníamos que utilizar la mesa si es tan útil para algunas cosas como inútil para otras. Sucedió que esta sombra de sospecha, de cuestionamiento, no me era útil probablemente para pasar airoso los cursos escolares, los deberes, exámenes y toda la consabida rigidez académica que me costaba mucho y que, en el fondo, me sigue costando entender. Pero supongo que esta misma concepción de la utilidad / inutilidad de las cosas me hizo darme cuenta de la dureza con que se ve el mundo si pretendemos encorsetar la vida en un sistema tan exigente como esforzarse para conseguir un premio o llegar a la ansiada y adictiva meta, sistema binario y de prejuicios.
Quiero decir, yo no era, evidentemente, consciente de todo esto durante mi infancia, pero sí lo era en cuanto que había que hallar una forma de traducirlo al lenguaje infantil. Y esto era por medio de la imaginación, por el puente de la duda. Mi idioma creativo me vino cuando empecé a dudar del mundo que me ofrecían y que en mí venía etiquetado por la marca de la discapacidad; y fui más allá, soñando con otros mundos posibles para, a lo mejor, evadirme de este en el que tan incomprendido me sentía. Y la creatividad vino no solo por medio de los libros, aunque estos constituyen una parte importante (podría recordar, por ejemplo, que, durante el recreo, mientras mis compañeros jugaban, yo leía algún libro sacado de la biblioteca a la sombra del patio), sino por el dibujo, la calle y sus personas, los abuelos y la música, los juguetes. Y el sistema educativo, los profesores, por los que siento un cariño quizá agridulce pero inevitable, me dieron la totalidad de observar el mundo ya sin evasión, proyectando en él toda la curiosidad y la avidez de alguien a quien no le basta ver una puerta, sino que quiere saber qué hay detrás. Y este diálogo, este “buscando” perpetuo nunca estático y siempre cambiable, es la palabra, que permite decir que “volé tan alto, tan alto, / que le di a la caza alcance”, según San Juan de la Cruz.
En ese con otros mundos posibles, ¿cómo y en qué momento nace tu proceso creativo? Es decir, ¿qué es lo que te impulsa a escribir, a crear? ¿Por qué?
Desde el momento en que me doy cuenta de que, entre todo ese idioma creativo, la palabra iba a ser un centro significativo y vertebral de mi forma de concebir el mundo que comparto con otras personas y que heredo de otras tantas. Y en la medida en que somos herederos de una memoria y transformadores de la misma, descubrí que todo lo que yo buscaba sin encontrar en bocas y en páginas era el silencio brutal de la palabra; y que, con cierta intuición, esa misma palabra iba a ser el pilar para franquear las neblinas que nos separan y unen a las comunidades de personas. La forma de tratar la palabra, y la forma en que la palabra nos dice, nos explica, se camufla y se disfraza en motivos conocidos o novedosos, es todo lo que he tratado de preguntarme cuando y desde que escribo. Desde los cuentos que empecé a escribir durante la enseñanza secundaria hasta los tardíos poemas de bachillerato y universidad, esta sombra, esta pregunta que acaba siendo sin remedio una afirmación; la concreción de un orden, apenas visible unas veces y descaradamente violento en otras, que va de lejos a cerca o de menos a más, si se prefiere, y que tiene la dosis irremediable de tener que ver con las circunstancias personales, físicas, corporales, geográficas, históricas, sexuales, religiosas, sociales, etc.; y de todo esto me doy cuenta cuando empieza a traducirse ante mí el bosque de símbolos que es la palabra en todas sus vertientes y géneros. Descubrir que la identidad se va construyendo a golpe de palabras, fue descubrir algo del tamaño de los versos de Silvio Rodríguez cuando dice: “Amada / supón que me voy lejos / tan lejos que olvidaré mi nombre”. El vasto mundo solo puede decirse, cómo no, mediante palabras y comparaciones con palabras.
Apuntas que «la identidad se va construyendo a golpe de palabras», ¿en qué medida ha marcado la insularidad tu hacer literario?
En la medida en que afecte a una persona nacer y vivir en una región determinada como es en este caso las Islas Canarias. Estar entre la comunidad canaria conlleva una serie de particularidades que transforma desde nuestra forma de vida hasta nuestra forma de hablar, pasando por factores personales y familiares que van creciendo como en círculos progresivos: casa, familia, escuela, historia, sociopolítica, etc. Y estas formas de entender la vida desde aquí no son, para mí, especiales en un sentido exclusivista, es decir, no sería diferente a cómo vive y habla un cubano, un chileno, un holandés o un congoleño, cada uno con sus particularidades, si se tiene en cuenta el factor particular de cada pueblo sin olvidar el intercambio, el mestizaje y la hibridación con otros pueblos. Porque en Canarias, eso sí, se da una tricontinentalidad con la que proyectamos el mundo: españoles, europeos y americanos. Se da, además, la condición itinerante que tiene el suelo isleño, cuyos puertos se contemplan desde la entrada y la salida de comunidades de personas ajenas, en principio, pero incorporadas luego a nuestra identidad, cosmopolita y mestiza como todos los puertos. De esto sabían bastante los modernistas grancanarios, por ejemplo.
Personalmente, he sentido, desde que puedo recordar, una afinidad que ha ido creciendo por los pueblos latinoamericanos y que se ha expresado en forma de rancheras, tangos, boleros o cuecas, de historia, de literatura y de mis propias experiencias en países como Cuba o Chile. Así, pienso ahora en la palabra. Hablar y escribir en y desde Canarias tiene unas particularidades fónicas que pueden ser tan parecidas como diferentes a otras variedades del español que se habla y se escribe en otras partes del mundo hispánico (tanto en ciertas y relativas áreas geográficas latinoamericanas como en zonas centrales de la península ibérica).
En mi caso particular, he ido siendo consciente de todo esto de forma progresiva durante las muchas jornadas universitarias dedicadas a lo que podríamos llamar la(s) identidad(es) canaria(s). Consciente de que nuestra literatura refleja un latir, un vaivén diferente en ciertos aspectos históricos, sociopolíticos, familiares, etc., que se han dado y se dan aquí, y de que nuestra oralitura (así debería llamarse y ya se ha llamado a la literatura oral) ha sufrido ciertas evoluciones y particularidades que hacen atractivas nuestras muchas oralidades, pues no se podría hablar de un solo español hablado por todos los canarios, a ojos de otras regiones hispánicas. Consciente de que para empezar a construir una suerte de identidad hay que deconstruir otras muchas creencias arraigadas en el imaginario familiar-cultural como (solo por citar ejemplos) la creencia de que la isla aisla y de que la circunstancia isleña limita en vez de proyectar, aburre en vez de estimular.
En mi recorrido personal por los muchos círculos de esta isla, he ido volviendo a subir a mis raíces, a Moya, a la poética Carretería, para, con ojos transformados por la filología, entender el poder bautizante de las palabras sin estereotipos, de la toponimia, impresa o no, de la oralitura incomprendida por generaciones. En otras palabras, la palabra, impresa también en literatura, me ha dado la facilidad compleja de cuestionar el mundo que nos es dado y que damos y de reconocerlo y recrearlo con una memoria cargada de otras memorias, con un linaje que heredo de otros linajes, de modo que, tal como yo lo entiendo, se trata de lo que canta el poeta Yeray Rodríguez: “Si ellos no lo hubieran hecho / yo tampoco cantaría”. Al decir esto, pienso sobre todo en mi abuelo Pepe, mi abuelo materno José Déniz Marrero (la palabra nombra, hace visible, invoca), quien por cercanía y crianza fue, ahora que lo comprendo, mi primer acercamiento a la narrativa, el primer escritor inconsciente al que admiré, puesto que tiene aún la cualidad de saber contar historias, de ser un gran narrador; y mi abuela Lala (Candelaria del Rosario de la Fe), depositante del generacional romancero oral que deshilvana entre café y verdura picada con una risilla.
Ahora que nombras a Yeray Rodríguez, ¿con qué autor/a re gustaría colaborar, hoy por hoy, si tuvieras la oportunidad?
He tenido la fortuna de compartir momentos con personas que para mí son muy importantes en el panorama literario de Canarias, pero me gustaría conocer personalmente a alguien que ha sido capaz de hacer algo tan rompedor como es Andrea Abreu con su deslumbrante novela Panza de burro.
¿Qué opinas sobre el frenético ritmo de vida actual y el papel tan importante que juegan las redes sociales en la comunicación? ¿Y en relación con la literatura?
La globalización, como fenómeno comunicativo, ha cambiado radicalmente desde nuestra forma de comunicarnos (en el habla se puede percibir en la adquisición de ciertos préstamos, expresiones y vocablos; creo que podrían ser significativos términos como viral y fake new [‘noticia falsa’], los cuales hacen alusión a la forma que hemos adoptado de consumir la información global en las redes sociales en una vorágine que expone los like y los compartir por toda legitimidad social, lo que equivale a decir que la voracidad con que se consume la noticia anula muchas veces el sentido crítico con que podría cuestionarse o debatirse la misma) hasta nuestra forma de acceder a los medios de comunicación. Esto, en principio, podría ser una herramienta útil usada con sensatez y rigor: reflexionando, observando. El problema es que este frenético ritmo diario, además de dejar poco espacio para la meditación, produce otras formas de vida que, bajo mi punto de vista, podrían ser dañinas para un desarrollo íntegro de las personas en relación con su medio, con su entorno, si se olvidan la empatía y la ética, acumulando cada vez más exigencias formales, más actividad burocrática, más academicismo en lo educativo, lo que suele llamarse titulitis.
Es natural que este fenómeno también haya cambiado nuestra forma de producir y consumir literatura. Personalmente, temo que bajo el like y el compartir pueda silenciarse la obra literaria bajo esa marea abrumadora y fugaz de información consumida. La consumición de algunos sectores de literatura en estos tiempos se observa (a mis ojos) como comerse una chocolatina y tirar el papel o como tomar un objeto que no demore más de tres minutos en ser utilizado. Y claro, esto deja poco margen para el diálogo, el reposo de lo creado y el espíritu crítico con la obra artística propia y con la de los demás. Eso es para mí la literatura. Entiendo, por otra parte, que esta difusión masiva ayuda a que nos demos a conocer como creadores y a encontrar círculos de diálogo, grupos de pensamiento, personas con las que compartir. También me quedo con eso. Nuestra paradoja, nuestra terrible responsabilidad, es que sepamos hacer una memoria cuidadosa, responsable y humana de los recursos de los que disponemos. Que la tecnolatría o la cosificación de las redes no acaben por convertirnos a nosotros mismos, seres cambiantes y esperanzados, en estatuas o cosas.
Con el fin de evitar esa conversación en estatuas o cosas, en la actualidad, las personalidades que se dedican al mundo literario se ven abocadas a competir con otras de diversos ámbitos para conseguir una mayor visibilidad en estos medios. ¿Crees que el trabajo colaborativo es una buena estrategia para reforzar todas las voces?
Yo me quedo, ya lo decía, con compartir, con sumar y con dar mi voz sin quitarle voz al otro. No tengo conciencia de sumarme a la marea desesperada de que la obra se consuma y sea consumida con la fugacidad y con la finalidad que se le imponga. Más importante es, y hablo desde estos tiempos coronavíricos, fundar cambios de paradigmas, flexibilizar los patrones que nos han llevado como especie a este punto histórico y creer en momentos parteaguas donde, parafraseando a mi querido Silvio Rodríguez, “la era está pariendo un corazón”.
¿Cómo ves el panorama literario en Canarias?
La actualidad literaria canaria goza, a mi modo de ver, de muy buena salud, de savia nueva que se mezcla con la veteranía literaria. Podría hablar, por ejemplo, de los dos grupos literarios El Paseo de los Flamboyanes y Palma y Retama en los que estuve junto con otros compañeros durante mi etapa en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Una muestra de jóvenes reunidos con inquietudes artísticas (analogía, todo sea dicho, de otros tiempos y otros jóvenes universitarios que en la misma Facultad fundaron bastantes años antes la revista Calibán y caminaron por el mismo sendero de inquietud que nosotros recién) y de una iniciativa que se lleva haciendo desde 2003 en la Casa-Museo Antonio Padrón, en Gáldar, los sonados Escritos a Padrón, cuya edición de septiembre de 2020, con “100 escritos a Padrón” (en modalidad online por las circunstancias de la pandemia y en la cual participé), arrasó más allá de las expectativas.
Estamos creando una colección de arte para nuestros lectores. ¿Qué obra artística canaria no puede faltar en la colección de Tertulia y Arte? ¿Por qué?
Pues como me es imposible citar solo a un artista, voy a dar tres nombres: mi admirada Pino Ojeda, artista polifacética a la que llevo siguiendo la pista desde hace algún tiempo y que sigue teniendo una obra pictórica que a mí me parte el alma por la mitad, sobre todo sus pioneras e impactantes “búsquedas” (así las llamó ella misma) con lacas; creo que es importante conocer la vida y la obra de Antonio Padrón para comprender mucho lo que hemos sido y somos espiritualmente y en materia en estas islas; y por último, quiero hablar de una gran amiga, a quien tuve la suerte de conocer justamente gracias a Antonio Padrón, la artista Vesna González Díez, en cuya obra de raíz popera (pop) están tanto los vehículos culturales de nuestra era globalizada como la herencia de artistas como Picasso, Klimt o la renovada Frida Kahlo. Espero que la pared de la galería virtual sea ancha.
La carrera literaria, como cualquier carrera profesional, además de cierta formación o preparación y maestría, también requiere ciertos apoyos para poder alzar el vuelo. Nos gustaría saber quiénes te han apoyado o cuáles han sido tus apoyos tanto personales como profesionales a lo largo de tu trayectoria literaria.
Además de muchos apoyos familiares y grandes amigos de muchos ámbitos, quiero dedicarle estas palabras a mi amigo José Miguel Perera, a quien tuve la suerte de tener como profesor durante los dos años de bachillerato y de quien no me he vuelto a separar desde entonces, puesto que él me abrigó bajo su ala renqueante y me enseñó las dimensiones de la literatura inseparable de la vida.
¿Cómo proyectas o visualizas tu futuro?
Con el verso de Antonio Machado: “Hoy es siempre todavía”.
Finalmente, y para despedirnos, solo nos queda darte las gracias por dedicarnos este ratito. Ha sido un placer descubrir un poco más de ti y de tu hacer literario. Te deseamos mucha suerte en tus futuros proyectos. Hasta la próxima tertulia.
El placer ha sido mutuo. Le auguro a este espacio naciente muchos años de vida, de diálogo sereno y de hallazgos con paciencia. Gracias por invitarme a esta tertulia con un buchito virtual de café.
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2019
- Una segunda oportunidad sobre la tierra, Cam-PDS Editores