Escribo
Escribo para bailar con mis demonios
y poner mis aullidos y tormentos en fila.
Todo eso sin salirme del margen.
Al margen de eso, porque me excitan los continuos saltos al precipicio
que se precipitan sobre mi cabeza quitándole la mordaza a mi locura,
ya que este lápiz navega en el único manicomio
que no entiende de paredes acolchadas,
donde mis pálpitos solo son esclavos de mi libertad.
Porque así me oculto entre los paréntesis
más eternos que ha engendrado mi espalda.
Porque pierdo los trenes que creía guardados en la sesera.
Por la mala memoria que tiene el olvido.
Escribo para tener recuerdos en blanco y negro,
como en esas películas de lágrima impuesta,
donde el protagonista cabalga con el corazón triste
hacia una mente tranquila, y triste, pero en paz.
Porque es donde la luna cuenta por pestañas
las ilusiones de mi espíritu.
Escribo porque la respuesta dura un millón de palabras
o un silencio incómodo.
Escribo para poder tocar su cuerpo de nuevo.
Porque siempre es el primer beso, y el segundo y el tercero…
nunca el último… Nunca el último.
Por toser letras moribundas, y poner a parir puntos suspensivos
que ilustren la lejanía del indeciso que no sabe decir adiós.
Escribo… yo qué sé por qué.
Creo que escribo porque es el único suicidio que me deja vivir.
La ironía más grande a la hora de afrontar estas líneas es el hecho de tratar de contar cómo es mi proceso creativo cuando es el propio poema el que lo está contando.
Antes que nada: no me considero poeta. Es un traje que me queda algo grande. He escrito poesía, sí. La he publicado, también. Pero seamos honestos (para eso estamos aquí). He escrito poesía por vago. Me encanta jugar con las palabras y me encanta que transmitan una idea y una musicalidad concretas, algo que en otros medios es más complicado (como si la poesía fuera fácil). Pero los orígenes de mi incursión en estos lares se deben a dos factores: primero, a la falta de disciplina para afrontar textos más largos como la novela, por ejemplo; y el segundo, porque en su día me interesaba ligar y creía que la poesía ayudaría. A Lope de Vega le funcionaba, ¿por qué a mí no? Me equivoqué de siglo, claramente. No me pasa inadvertido que parece que me comparo con el Fénix de los Ingenios. Ya me gustaría… o no.
Le cogí el gusto a jugar con las palabras (o a que ellas jugaran conmigo). No voy a soltar el manido tratado de que necesito retorcer las entrañas para sacar un verso. Basta con tener algo que quieras comunicar. El arte es comunicar. También con el paso del tiempo he descubierto que para crear hay que estar tranquilo, aunque estés hablando de algo que te enfurece o te enamora. Se lo oí a alguien una vez, y creo que acertó.
Las palabras reconvertidas en poemas que me han salido han sido fruto de la tranquilidad, de la estructuración mental y emocional y de responder a un principio estético, pero no dejando que eso sea lo único. No me gusta que todo sea técnica, porque la visceralidad no tiene nada de técnico. Sé que antes dije que no soltaría un tratado sobre las entrañas, pero no significa que las entrañas no jueguen un papel significativo en este entuerto. Lo hacen, y mucho. Si no, dedícate a otra cosa.
Escribo sin más, vomito lo que salga. Otras veces no, otras veces tengo una idea muy clara. Me asalta la idea mientras conduzco o me ducho o después de horas de reflexión. Luego vienen los recortes, los ‘‘esto mejor así o asao‘‘, pero es obvio. Rara vez he dejado algo como estaba en su punto de partida. Poemas, relatos, cuentos, etc. Alguna vez me he dejado acurrucar por la música (sin letra, que me lío) y me ha ayudado a evocar un recuerdo o una sensación. El resto es tan fruto del momento de la creación que tratar de explicar un proceso concreto sería absurdo. ¡Ah! Y que me divierto, si eso no está, apaga la luz. No sé si contesto a tu pregunta.