Alma
2010
Técnica mixta sobre lienzo.
122 x100 cm.
Adelante
2019
Técnica mixta sobre lienzo.
122 x100 cm.
Conflictos I
2013
Técnica mixta sobre lienzo.
100 x 200 cm.
Brujo Don Juan
2010
Técnica mixta sobre lienzo.
120 x 100 cm.
Cabeza hueca
2006
Técnica mixta sobre lienzo.
100 x 100 cm.
Catedral I
2020
Técnica mixta sobre madera.
122 x 122 cm.
A la manera de…
2021
Técnica mixta sobre lienzo.
60 x 30 cm.
El día después
2008
Técnica mixta sobre lienzo.
122 x 100 cm.
Plataforma I
2019
Técnica mixta sobre lienzo.
60 x 30 cm.
Plataforma V
2019
Técnica mixta sobre lienzo.
60 x 30 cm.
El arte de la esgrima I
2020
Técnica mixta sobre madera.
122 x 100 cm.
Escúchame
2019
Técnica mixta sobre madera.
55 x 54 cm.
La violinista
2010
Técnica mixta sobre vinilo.
100 x 70 cm.
Mascarilla I
2021
Técnica mixta sobre lienzo.
60 x 30 cm.
Barcos II
2021
Técnica mixta sobre lienzo.
100 x 80 cm.
Una de las cosas que impresiona en la obra de Juan Cabrera Cruz, este artista canario que ya puede mostrarnos una obra más que representativa, es ese deseo de autenticidad que le define como un artista reflexivo. Su forma de acercarse a la obra le convierte en un curioso, dispuesto a dejarse sorprender por sus propios descubrimientos, a seguir por sendas que más bien son las de la búsqueda de ese tesoro escondido en todos nosotros, que los críticos de siglos anteriores llamaban inspiración y que los de nuestro tiempo lo sitúan en el campo de las influencias.
Esta época que nos ha tocado en suerte es muy dura para todos los artistas, en especial para aquellos que no quieren renunciar a lo que son, al resultado de toda su trayectoria artística. De ahí que ante su obra el espectador se sienta impactado, pero no por la perfección de realización, sino por ese misterio que dimana de su obra en donde materia, color, figuración y abstracción se cruzan sin cesar en un montaje con soluciones varias.
Las telas, nunca mejor dicho en sus últimas obras, se convierten en estandartes o velas lanzadas al viento de la observación a terceros. Esos rostros van dirigidos hacia sí mismos, pero en un efecto de “pelota de frontón” se ven catapultados hacia el espectador, que en un primer momento puede hasta sentirse intimidado, aunque cuando logre un diálogo vital con la obra, verá confirmada la existencia de la propuesta como “algo o alguien” que le interpela, que le saca de la indiferencia cotidiana, que le obliga a interrogarse sobre el ser y el devenir.
Es aquí donde Juan Cabrera consigue una síntesis que para mí es genial: la materia habla, como le exigía Miguel Ángel a su “David”. Se establece un diálogo que nunca es fácil, siempre exigente, pero en todo momento hay juego limpio. El artista utiliza, que no manipula, a sus obras como puentes de comunicación, por ese deseo expresado en una obra artística honesta y sin tapujos.
Si el espectador avanza su idea, puede incluso participar en la obra y completarla, porque ese inacabado querido y voluntario de la obra no es tal. La materia se mezcla y se convierte, por arte del arte, en parte indispensable de la obra. La tela ya no es tela sino ambientación, incluso colorística, del espacio indispensable para la materialización del mensaje pictórico. Podríamos hablar acaso de “objeto plástico”, pues la tela colgada rudimentariamente sirve no solo de soporte, sino que es un componente compositivo indispensable.
Podríamos hablar de los referentes expresionistas más evidentes. Para mí en todo caso están las pinturas negras de Goya. Lo que en Goya era denuncia y visión sombría, en Juan Cabrera es reflexión inquisidora en la que el ser se pregunta y nos pregunta cuestiones fundamentales de la existencia. De ahí que llegados a este punto habrá que tomar una decisión básica: ¿estamos en condiciones de mantener el desafío visual de esas personas?, ¿estamos ante figuras del mismo pintor o ese pintor se autodesvía, creando bifurcaciones de sensaciones y estados de ánimo que los podemos encontrar en todos nosotros?
Juan Cabrera sorprende, pero más nos impresionan esas obras que se han independizado hasta tal punto de su creador, que no solo “hablan”, sino que pueden “actuar” —y de hecho lo hacen— sin su permiso. Es una obra de enorme riesgo y no reclamada necesariamente por los espacios expositivos actuales. Pero ahí está su apuesta y creemos que vale la pena mantenerla.
Sebastián Acosta
Crítico de Arte