FRENTE AL MAR
Me he quedado de espaldas a la Vida
y medio en vela estoy, medio dormida,
escribiendo en la playa con la mano
bajo un quemante sol casi africano.
Es un síntoma fijo en mi locura
que no puedo cantar sin amargura,
y me macero por sacar la esencia
de todo el amargor de mi existencia.
Bebiendo luego de su acervo jugo
dejo correr un llanto que no enjugo,
porque encuentro el acorde de mi canto
entre el doliente diapasón del llanto.
Y de este intenso afán en que he mezclado
a una parte verdad, diez de quimeras,
intensifico el lirio recostado
en la curva que trazan mis ojeras.
Cuando del sol se extinguen los reflejos
escucho que me llaman desde lejos,
¿es acaso tu voz? Yo escucho el grito
recostada de cara al infinito.
¿Es tu ansiedad tal vez la que me invoca
en el eco que va de roca en roca?
Tiene tanto tu ser, tanto de abismo,
que he soñado si el mar serás tú mismo.
Y en mi afán de volar de anhelos llena
hacia a donde me llamas y me esperas,
hiriendo van la movediza arena
las puntas de mis alas prisioneras.
Te adoro ¡Oh mar! que cantas fortaleza
frente al débil gemir de mi tristeza,
que conoces mi amor y aquella herida
que parte en dos la senda de mi vida.
Darte quisiera un beso largo, largo,
pero besas tan frío, tan amargo,
que de mi afán reprimes el exceso…
como muere el amor, así tu beso.
Tan sólo para el mar es mi poema
y por eso lo escribo aquí en la arena
donde viene a saciar siempre el coloso
el cotidiano afán de su reposo.
Cuando escucho unos pasos que se acercan
siento el vago temor de que me cercan,
y remuevo la arena, y así escondo
mi secreto, mejor mientras más hondo.
Voy tatuando la carne de la playa
y cuando el mar sobre ella se desmaya,
como se filtra por la arena hendida
me parece se interna por mi vida.
Y resuena en mi pecho en ese instante
atronando sus vastas soledades
una trepidación dilacerante
como el choque de dos inmensidades.
De la pujanza del gigante encuentro
van unas olas por el alma adentro
a las que dan altiva crestería
mis espumas de loca rebeldía.
Que el mar le da a mi mar su semejanza,
él altera el compás de mi bonanza
bautizando mis viejas ansiedades,
en un rito de fieras tempestades.
Yo entrelazo mi abismo a ese otro abismo,
y en mi culto de ardiente fanatismo
dejándome arrastrar de sus espumas
seré una bruma más entre sus brumas.
O con tu ser mi esencia confundida
seré más que el dolor, más que la muerte,
quiero enterrar mi muerte entre tu vida
para ser una vez altiva y fuerte.
González Padrón, Antonio M.ª. Antología poética de Ignacia de Lara (1880-1940). Las Palmas de Gran Canaria: Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas de Gran Canaria, 1988.
PRESENTACIÓN
Ignacia de Lara Henríquez pertenece a la selecta estirpe de poetisas canarias que han tenido un papel destacado, sobre todo desde el siglo XVIII en que María Viera y Clavijo, hermana del insigne historiador, escribió versos no sólo amables, sino de profunda inspiración.
Ignacia de Lara, como Victoria Bridoux —poetisa romántica—, fue un volcán apasionado, chisporroteante de amor. De amor humano y divino. Porque Ignacia de Lara, estremecida su alma de anhelo religioso, supo expresar la entereza de su fe en versos límpidos e inmaculados.
Nuestra Ignacia de Lara participa de esa poesía intimista y personal, matizada de pálpito religioso, que sólo se encuentra en almas tan peculiares, tan interiorizadas como la suya. Podría pensarse que, con la herencia del post-romanticismo, su poesía tiene brillor modernista e intimismo religioso.
De ahí que, es de agradecer a la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Las Palmas su acuerdo para incluir esta edición entre su colección literaria (Sesión de 26 de noviembre de 1986) y a Antonio M.ª González Padrón, artífice feliz de este volumen. Porque gracias a su tesón y a su afán historicista es posible leer hoy este «corpus» poético, indispensable sin duda para tener un más completo conocimiento de nuestra poesía insular.
Alfonso Armas Ayala
de la Real Academia de la Historia