Uno de los primeros poemas que escribí y conservo, del año 1998, públicamente (ex)puesto en el libro Que nada de esto es silencio (2019), se cierra con esta imagen entre paréntesis:
                                          (sobre el agua mansa
                                    transportando muertos)

 

Poco tiempo después, entre los textos que componen Trenístenla es venida (2003), se lee:
 
 Vendrían del agua mansa
                              muertos transportando
                 tento: podría sombras llegar puede,
muertos vivrían diciendo.
 
¿De dónde surge, en nosotros, esta imagen recurrente? Si bien partimos de que los vericuetos del proceso creativo son, generalmente, enredados y altamente complejos, para el caso puedo expresar con cierta claridad que esta escena obsesiva viene conmigo desde esos años en los que empecé a escribir y en los que comenzó a ser relativamente frecuente en las Islas la migración continental africana, por el mar, mayormente subsahariana, al través de la conocida como ruta canaria, considerada una de las más peligrosas del mundo.
Lo significativo es que nuestro más reciente libro de poemas, Ancho de ánimas (2021), ya en la calle y que será presentado en los próximos días, tenga como telón de fondo «un diálogo y contacto imaginarios, desde las orillas insulares hasta más allá, entre los antiguos habitantes de Canarias y los exmigrantes (ex-migrantes, desplazados fuera de sus hogares) relacionados con la coordenada espacio-temporal de este archipiélago», tal y como se recoge en sus notas finales. No parece, entonces, que esta reiterada cuestión sea asunto secundario en mi poética, sino más bien al contrario: es una de sus mayores inquietudes, y por ello contribuye en modular y deformar nuestras palabras toscas y torcidas.
Y una última cuestión, al modo de hipótesis y ranura especulativa sobre esta (propia) propuesta: percibo en mi escritura, al través de este continuado motivo (¿?) aludido, una tendencia a desfigurar aquella primera imagen, a restarle su condición de escena visual. ¡Ojo! (¿será mejor aquí ex-presar ¡No ojo!?): no a ignorarla, sino a intentar convertirla en tacto (el «tento» que se lee en el poema de 2003) o en ritmo, tal y como me parece detectarlo en el nombrado Ancho de ánimas. Como si, por oscura convicción abocada, desconfiara de la imagen y me inclinara más a hacerla piel en mí (y en los lectores) al través del ritmo convulsionado de los versos, a hacerla cuerpo y sangre verbales, a hacerla verbo que desea desterrar imágenes… Un tactorritmo como poética… ¿Un imposible? Vez tal

 

 

Perera, José Miguel. Trenístenla es venida. Las Palmas de Gran Canaria: y más extraña lengua, 2003.

 

José Miguel Perera