Música para un arjé


Antonio Arroyo Silva


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Anochecen también los artilugios.
Los árboles no están, ni los gorriones;
las palabras no llegan a la boca que las dice 
ni al simple gesto
que las descodifica. Alguien se va 
con la lluvia, se va y vuelve árbol
o gorrión o palabra ya sin diente,
sin canto. Lluvia blanca, árbol negro,
¿dónde la sensación de izarlos
hasta el ahogo?

 

                                 Trazo círculos allá
donde el ojo no gira y el ojo es la manzana
que vi cayendo ayer sobre el césped
y subió nuevamente a su manzano.
Anochecen también los artilugios
y la materia azul que los sostiene
al instante de ser inalterables.
Yo anochezco con ellos 
por si al amanecer no le siguiera
un precario abandono.

 

 

Arroyo Silva, Antonio. Música para un arjé. Madrid: Ediciones La Palma, 2020.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Música para un arjé es un poemario que intenta hermanar la música, el arte y los elementos de la creación. De ahí que cada elemento de esta tenga el nombre de un tipo de composición clásica o moderna y que esté precedido de un introito, de un Bolero de la distancia y de una Rapsodia de la cercanía. De esta manera el libro tiene estructura de sinfonía, técnica ya ensayada por el autor en su obra Symphonia. Se basaba este libro en la idea de que a partir de los elementos imperfectos se puede construir la mayor de las sinfonías, así mismo ha de ser la vida misma.
El poeta debe alejarse de la realidad y al mismo tiempo ha de estar muy próximo a ella, por eso opta por ver el haz y el envés de la realidad en distintos tiempos sincopados que a veces confluyen. Esto es lo que el crítico Jorge Rodríguez Padrón denomina «alejamiento crítico», alejarse para ver y de paso perder en el camino ese pensamiento discursivo de ese duendecillo gris llamado Yo.
Las partes propiamente sinfónicas hacen referencia a los elementos del arjé que establecieron los filósofos clásicos, presentes aquí a través de aforismos o citas que introducen esos movimientos. Tales de Mileto en Balada del agua, Anaxímenes en Lied del aire, Heráclito, en Madrigal del fuego y, por último, Lucrecio en Spleen de la tierra.
Una mirada al mundo que huye de lo preestablecido y, por eso, comulga con visiones presocráticas y epicúreas. Música, poesía, filosofía, arte; pero, sobre todo una manera de respiración, no sé si única, pero sí propia del poeta que la escribe.

Antonio Arroyo Silva