Vagabundo
Mundo, cuerpo… espacio…
lanzadera ardiente
traspasando miradas desde el ojo
hacia lo no visto,
sin embargo presente…
se me inunda la alevosía
del lejano tiempo
donde las palabras danzan…
y los lirios se apagan.
La memoria oculta desprende
una oreja cortada, ajena
al oído guardián del silencio…
miradas vacías, años de distancia…
… transparentes cernícalos
contemplando de la folía el color,
cerrando un acto escénico
para todos los pinceles muertos
… y el amor pasea en un carro nihilista
por la acera de un pasado que no retorna,
cercando el borde de una pupila sin brillo hacia la estrella
relumbrante
de nuestro sublime desprecio.
Sala Malekum
La Laguna, diciembre de 1988
Sánchez Moreno, Tazarte. Náufragos en un icerberg de uranio. NACE, Ediciones Plutonio, 2021.
El libro que presentamos en noviembre, Náufragos en un iceberg de uranio, es el tercero que escribí en los años 80, pero es el primero que me he atrevido a publicar. Estas inquietudes de acercarnos a la poesía me surgieron gracias a la influencia de la profesora de Literatura en mi etapa de COU, como estudiante en el IES Guía, María Teresa Ojeda, quien se acercó a los escritos que hacía intentando recomponer mis planteamientos sobre el amor y la existencia. El acercamiento a las letras fue dándose más bien a través de determinadas músicas de rock (The Doors, Led Zeppelin, Janis Joplin, David Bowie…) mezcladas con las letras de todo el folklore cubano representado en sus sones, los boleros mejicanos, la música de cantautor canaria, el rock español de protesta, a través de cuyas experiencias, fui formando mi concepción de la realidad y eligiendo una manera de expresión que presentase una ruptura con las formas clásicas a las que había accedido en la poesía.
Las obras de Agustín Millares, José Caballero Millares, León Felipe, Gabriel Celaya o Blas de Otero fueron exponentes que, en la biblioteca del instituto de Guía, comencé a indagar. Aunque en un principio seguía la influencia de Pablo Neruda, García Lorca o Miguel Hernández y una métrica clásica con rimas consonantes y perfectas, en este libro comencé una transformación en el estilo de relatar mis pasiones y a desarrollar una poesía más libre y reflejada en el ritmo de lo que se cuenta.
Es un poemario de transformación integral y recoge todo un conjunto de metamorfosis que fui atravesando. Heráclito, Anaximandro, Anaxágoras, Spinoza, María Zambrano, Simone de Beauvoir, Hanna Arendt, Marx, Nieztsche o Foucault son compañeros de viaje en todo este proceso, donde comienzo a poner en tela de juicio y a buscar una nueva construcción personal en todos los ámbitos de mi diario andar: las propias identidades, el significado de la amistad, el ahondar en las relaciones de pareja, el navegar por la pasión sexual o los compromisos sociales y políticos. Son el sujeto que anda vagando por los poemas, buscándose en todas esas noches laguneras en las que la reflexión nos llevó con bastante frecuencia a oír los gallos de la mañana.
Una experiencia genuina, sutil, abarcadora de todo lo que la presentaba y un carácter militante que se fue formando en torno a la búsqueda de ideales de justicia, libertad, autonomía, libertariedad, que se expresa tanto en los contenidos de los poemas como en la estructura gramatical en las que se soportan y que intentan alejarse de una mirada racional sobre el mundo para dejar paso a la pasión vital y al surrealismo como señas existenciales. La crítica y la autocrítica constantes nos llevaron a poner frente al espejo idealizaciones, vanidades, micromachismos y toda una serie de tópicos que nuestra generación creía superados.
Aunque he escrito un libro de relatos corto, siempre elegí la poesía como vehículo de expresión. La fugacidad y la futilidad del tiempo unidas a la incertidumbre que las abarca creo que se reflejan mejor en esta pasión estética que se marcha, que es como defino a un poema… Intentamos retener lo que se presenta y se va y, en ese sentido, los versos solo intentan seguir la estela de la emoción que te sacude incitándote a escribir. No me siento seguidor ni miembro de ninguna escuela puramente definida, ya que creo que soy miembro de una generación que se ha nutrido de un gran eclecticismo y, aunque siempre nos caracterizó el compromiso de una transformación social, cada cual la vivió de una manera personal distinta, y ese hecho siempre fue respetado y valorado por todos.
En el año 1984 conocí la obra de Félix Francisco Casanova. Textos como “La memoria olvidada” o “El don de Vorace” irrumpieron hasta el mismo fondo del sentido de mi existencia y me dieron seguridad para confiar en la poesía que escribía en aquella época. El acercamiento a pequeños textos de Carlos Ramos y de Natalia Sosa Ayala siguieron fraguando esta manera de contar con la que aún sigo escribiendo más libros de poesía. Una poesía que no puedo medir y que no puedo proyectar antes de que aparezca… más bien escribo a través de ciertos torbellinos en los que andan múltiples emociones y que en un momento determinado me asaltan incitándome a verbalizarla, como el fluir de un sujeto constantemente inacabado.
Náufragos en un iceberg de uranio está dedicado a la figura de mis padres, Faustino Sánchez Molina y Paula Cira Moreno Báez, dos personas que cincelaron mi vida dejándome un amplio margen de libertad y ayudándome a asumir compromisos y responsabilidades desde muy joven. Cuestión que me ayudó a adquirir una aventura constante en la vida y una libertariedad para elegir caminos que todavía sigo andando.