HIGH NOON IN THE MOON
POR un ojo de aguja la humacera mayúscula
hierve el rojo a los cuatro vientos del mediodía lunar
La espátula en duermevela acaricia el asfódelo
negro del lomo de la bestia con su otra sangre de
metal y escarcha
Una bocanada de estrella a la sombra del muelle
infunde su lajial milenario con toques de corneta
Canta el mirlo desde la infinitud del blanco a la
zozobra de la bocaina celeste
La ceniza prende otra llama y arde entonces el
incendio más puro

 

COLLAGE SIN TITULO (NUEVA YORK)
THIS morning una gaviota cruza los aledaños del
azul con rumbo a Lexington avenue
En la ciudad escuece la hora del extravío del cartón
de flores apagadas por la marisma furtiva de un
rascacielos henchido de penumbra y carmín
El caminante vuelve hacia el cielo la mirada con un
silencio de funeral y charlestón y toda la furia del
último centavo bajo este sol de la sesenta y cinco
que gime púrpuras y alabastros hasta la esquina de
Central Park
La isla de los volcanes aquel verano de la gran
manzana en el papel irradia y palidece su nueva
lejanía en éxtasis
Esta mañana el único cielo de la gaviota bajo la
arena de la playa

 

REFLEJO (A FREI OTTO)
LA madera nunca entristece por dentro del augurio
de la ola en el limbo de las piedras de la nube que
miras llover sobre la orilla de los sueños
En el reflejo del ojal de la mañana presentida te
viste en los colores puros de la gaviota surcando el
paladar de los vientos africanos con su bolsillo roto
de la calima
Tocas a la puerta para querer entre los brazos
todo cuanto respira bajo un sol regalado a la nieve
de un tiempo sin nombre
Llévate contigo la naranja y el volcán porque
después de ti toda la luz volverá a ser la lluvia

 

Delgado, Samir. Pintura número 100. César Manrique in memoriam. Edición Cabildo de Gran Canaria. XXV Premio Internacional de Poesía Tomás Morales 2019.
 César Manrique in memoriam. Edición Cabildo de Gran Canaria. XXV Premio Internacional de Poesía Tomás Morales 2019 al escritor Samir Delgado
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 

Portada del libro. Imagen cedida por la Fundación Juan March. Edición de la Casa-Museo Tomás Morales, Cabildo de Gran Canaria.
Los volcanes son un símbolo de la historia de las islas. Hay drama y belleza a un mismo tiempo en el imaginario volcánico del archipiélago. La pintura de César Manrique hizo suya la lava en la dimensión más próxima posible. Pintar la isla con todas sus consecuencias fue el destino del artista lanzaroteño. Estos poemas del libro Pintura número 100 corresponden a un libro de homenaje por el centenario de César Manrique. Escribir los cuadros representaba un diálogo íntimo con su legado artístico y también con las islas, con los volcanes. La primera vez que vi su pintura titulada Pintura número 100 fue en el Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca, en las conocidas Casas Colgadas de la ciudad castellana. Volví a ese volcán muchas veces durante mi residencia de varios años fuera de las islas. Había sido el comienzo de mi marcha sin retorno a Canarias y luego, en México, la nostalgia insular me hizo sentir aquel volcán como mi casa.
En la escritura poética sobre la pintura surge un paréntesis de tiempo, una especie de cita en solitario con el silencio de los colores, la relación entre las palabras y la imagen va más allá de lo personal y se abre la ventana a una dimensión distinta, la del aura que relumbra con un destello que se acerca a la idea de infinito. Todos los poemas del libro están volcados en la mirada extasiada ante las obras de arte de César Manrique. Más que describir los cuadros o mostrar un estado de percepción, los poemas transitan por la senda de una identidad múltiple. Es como estar desde dentro del cuadro, la escritura devuelve al lenguaje todo su potencial expresivo, con capacidad onírica, de crítica o de reflexión. Y así lo poético en diálogo con la pintura puede generar un espacio de evocación y de trascendencia, nuevos paisajes inéditos que se hacen posibles con la complicidad del lector.
En el libro de poemas para rendir homenaje a César Manrique tuvo mucha influencia mi especial predilección por la isla de Lanzarote. Fue la primera isla que visité en mi infancia, todas las islas se parecen a ella desde entonces. Tras una estancia en Nueva York de varias semanas surgió la idea de un libro dedicado a la pintura y a la vida de César Manrique, alguien a quien admiro desde mi época de la universidad. Como otros libros dedicados a la pintura, por ejemplo a las arpilleras de Manolo Millares o a la colección del Museo de Arte Contemporáneo Eduardo Westerdahl, o Jardín seco inspirado en la pintura del artista español nacido en Filipinas Fernando Zóbel, hay una historia en el proceso creativo. Si en Las geografías circundantes la escritura estuvo marcada por la nieve de un mes de febrero en Castilla-La Mancha, o los poemas de Galaxia Westerdahl que se escribieron en una playa durante varias semanas, en el libro de Pintura número 100 todo sucedió en México. Sin salir de casa, estuve un mes prácticamente viendo pinturas suyas en catálogos descargados de Internet. Todas las mañanas los colibríes visitaban mi pequeño patio con jardín. Recuerdo que lloré incluso, en algunos momentos.
El vínculo con las islas a través de la pintura de César Manrique se había vuelto más radical, cósmico, transoceánico. Hay en los museos una atmósfera especial donde la ciudadanía puede conectar con las verdades del arte. Los volcanes pintados son una segunda naturaleza. La armonía y el equilibro que surgen del imaginario atlántico representado en los cuadros y en los poemas se constituyen de nuevo en mito. Provenimos de unos orígenes milenarios y el destino de las islas está en su conservación, en mantener la biodiversidad y lograr una sociedad mejor. Es el secreto que César Manrique nos legó para hacer de las islas un lugar para vivir y soñar. Todo lo demás es especulación, decadencia y deterioro. Por suerte, el arte y la poesía nos salvan.

Samir Delgado