Todavía


Marcos Hormiga


 

Todavía 

 

me queda el miedo
como encajado,
como queriendo manifestarse
desde entonces. 

 

Incluso tanto tiempo después, duele.

 

De niño no fui el niño que esperaba
y dejé esa edad, más bien,
me abandonaron a la infancia que nadie debe tener.

 

Secuestró aquel ambiente 
alrededor de la regla 
                           impuesta
la inocencia de muchos. También la mía. 

 

Aquel claudicar del todo, recelo doblemente
oscilante entre gritos y golpes,
entre afrentas y golpes,
entre clase y clase, golpes.

 

En el pupitre —altar de sacrificios— 
dejé de ser quien pude, la persona
en quien, quizá, me hubiese convertido.

 

Y aquí estoy, un tipo sin infancia. 

 

El niño que fui anda perdido en quien soy
y me sufro un hombre. Me recuerdo
extraviado, con los ojos cuajados 
de dudas:
¿Por qué tienen que ser las cosas de esta manera? 

 

Y crecí. No sé cómo. Naturalmente, crecí.

 

Quizá fui yo el culpable.
Tal vez no supe. No sé.

 

Yo fui un niño, 
más bien, pasé por niño, en realidad
me hice un hombre con pasado
hendido. 

 

Desde entonces, recordarme cuando niño
—el niño que no fui— duele,
todavía.
Quise esperar a que falleciera mi maestro de la infancia para publicar este poema. Aversión si resta, resentimiento no guardo. Ninguno. El magisterio respondió a los dictados: tiempos sombreados de autoridad, culto al aparente prócer. 
Sin duda, la instrucción —maquinalmente sacrificada— fue tan víctima como los pupilos llegamos a ser, quizá incluso más.
¿Qué motiva el poema? Se explica por sí mismo: la necesidad de ventear nuestra noche infantil, dejarnos ver, purgarnos.  
 

Marcos Hormiga