Vigilia en Velora


Iván Cabrera Cartaya


VELORA

Para llegar a Velora hay que ir hacia el noroeste, salir temprano de la ciudad; con el carácter fortalecido por días de desamparo para aceptar la soledad del viaje, como se acepta la sordidez de los bares de carretera, los cambios de luz y de clima, de insectos y de sentimientos. Hay quien dice, como para darse ánimos o hacer una broma, que Velora está cerca; pero no es verdad, en realidad está lo bastante lejos como para que siempre se nos haga tarde cuando nos decidimos a buscarla, tan ajena como para que en cualquier momento un imprevisto lo eche todo a perder y nos rindamos sin empezar: «Vaya, tampoco podré ir hoy. Si la encuentro, ya será de noche y no valdrá la pena. Mejor lo dejo para mañana, para otro día». 

Lo sé, oí esas palabras cientos de veces, porque la noche borra Velora de todos los mapas y nadie sabe dónde se la lleva, en qué país del pasado la pone. Nadie sabe si entonces, en la madrugada, hay borrachos o insomnes en sus calles, si los vecinos que duermen sueñan con sus burros muertos, caballos o con ranas y sapos que vienen de las grandes charcas del barranco, entran por la ventana e inundan la atmósfera con sus olores acres y sus quejidos bufos, volviéndolo todo denso y acuoso. La superstición popular dice que esos animales son almas condenadas a atormentar a los vivos.

Nadie sabe, nadie está seguro si en la madrugada se oye algo —gatos, voces, llantos, música de flautas— o solamente ese relámpago, esa tormenta que viene quejándose desde los pinares de Pedro Gil, aullando como un perro herido, para agitarla y moverla de un sitio a otro. ¿Quién fue el que dijo que los muertos se van más lejos cada noche? Debe de ser verdad. Yo creo que Velora es algo así, con muertos y también con vivos de los que nadie habla o se acuerda poco, borrosamente, porque los recuerda mal, porque los ha mirado con miedo o desconfianza, solo un instante, hasta que las caras se sobreponen unas a otras en un gran desorden.

El pueblito está muy alto, a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, y cuesta llegar a él, rodeado de barrancos como sigue, desfiladeros donde los ojos se pierden como cosas de juguete que se van cayendo al fondo, y a uno le duele mirar porque son muy hondos y siente que la vida se le cae con los ojos y va a romperse allá abajo, en lo lúgubre, donde nada hay y no se ve nada. Velora: montes pardos, negros que lo levantan a un cielo del que siempre cae una lluvia menuda y triste, tan menuda y triste que casi no se aprecia; pero lo va infectando todo, volviéndolo frío y mudo como esas lápidas de cementerio que se cubren de hierba, y sólo si rascas un poquito con la uña puedes leer los nombres que, sin motivo aparente, un día, dejaste de oír en la infancia: Leonarda Boanerjes, Heriberto Encinoso, Macrina Orozco, Policarpo Oval (…)

 

Cabrera Cartaya, Iván. Vigilia en Velora. Santa Cruz de Tenerife: Obra Social de la Caixa, 2021. Premio de edición Isaac de Vega.

 

Iván Cabrera Cartaya

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Me gustaría comentar brevemente mi último libro publicado, Vigilia en Velora (2021), que es mi segundo de relatos. Escojo este por ser el más reciente y al que ahora me siento más cercano y afín, además de por puras razones cronológicas y anímicas, por tratarse de prosa narrativa y no poesía, que ya no escribo y creo que no volveré a escribir. Siento que en mí murió el poeta para dar paso al narrador y me resulta extraño y desalentador pensar en un poeta maduro, incluso viejo, cantándole a la vida como si fuera un joven lleno de proyectos y horizonte: no, ni quiero ni puedo permitir eso. A esta altura de mi vida siento que si mi literatura buscase una continuidad, como parece el caso, solo podría ser mediante el género cuentístico o novelesco.
Cada uno de los relatos incluidos en Vigilia en Velora, lugar ficticio que podría encontrar espejo en alguno de los pueblos de la isla de Tenerife, tiene relación entre sí —pese a sus muchas diferencias— y ha llevado un largo proceso de maduración, como lo llevó la escritura de los relatos de mi primer libro: Tentaciones al caer la tarde (2015). El conjunto se proyectó queriendo experimentar con diversos enfoques y formas de narración: desde aquel que parte de indisimulables tintes autobiográficos, pasando por la distopía, la reconstrucción histórica o la hipótesis acerca de una realidad escurridiza e incluso atroz. 
El libro, premiado por la Obra Social de la Caixa con uno de sus premios más prestigiosos, se escribió como una exploración del mal, la soledad, el deseo, el amor, la amistad, el poder, la muerte, y todos los sentimientos y demonios, morales, sociales e íntimos, que acosan al hombre en su formación como tal y en sus momentos de mayor vulnerabilidad. No me gusta hablar de temas, sino de pulsiones. Yo no me planteo temas cuando escribo, lo hago por una seducción del lenguaje: oigo una voz y la sigo. Luego añado, corrijo, recuerdo e imagino. 

Iván Cabrera Cartaya