#Workinprogress

Fernando Robayna

Abril una obra de Fernando Robayna

Abril

2021
Óleo sobre lienzo.
38 x 45 cm.

Ari obra de Fernando Robayna

Ari

2021
Óleo sobre lienzo.
89 x 130 cm.

Yuri obra de Fernando Robayna

Yuri

2014
Técnica mixta sobre lienzo.
114 x 146 cm.

Piña obra de Fernando Robayna

Piña

2014
Técnica mixta sobre lienzo.
114 x 146 cm.

Allegra una obra de Fernando Robayna

Allegra

2021
Óleo sobre lienzo.
100 x 100 cm.

Javi obra de Fernando Robayna

Javi

2014
Técnica mixta sobre tabla.
60 cm.

Sí, en mi época adolescente tuve un grupo de rock, pero no tocábamos Red Hot Chilli Peppers. Nuestro repertorio era vino peleón: The Cure, Barricada y Eskorbuto. Ensayábamos en 1992, en un garaje subterráneo y yo era el vocalista. Cierta tarde había alguien mirando por el ventanuco, y esta vez no eran las groupies. Durante la pausa se les hizo pasar, y allí estaban Fernandito y Jorge Enrique. Habían venido a conocer al nuevo grupo de rock del que se hablaba en todo el planeta Lanzarote. Pero permítanme que me presente: mi nombre es Francho, alias Cabeza de Pulpo. Quiero aquí hacer un repaso por la historia de la vida de Fernandito, alias d’AmoR, para despejar algo de su identidad de cara al público que se acerque a ver esta exposición.

Aquella tarde, en el local de ensayo, fue la primera vez que vi a Fernandito. Luego llegó el verano y el compromiso con el rock fue sustituido por el surfing y las fiestas patronales. En menos de lo que canta un gallo se acabó lo que se daba. Yo fui enviado en septiembre a cumplir dos años de internado al Jaime Balmes mientras en Lanzarote los tripi empezaban a hacer estragos. Los alemanes le llaman “coger la curva” a un trance peligroso que se acaba superando de carambola. La adolescencia es una de esas curvas, y nosotros éramos adolescentes cuando la marejada del ácido azotó Lanzarote. Muchos de nuestros camaradas de antaño deambulan hoy en algún rincón de la isla con el cerebro sancochado. ¿Cómo agarró Fernandito esa curva? A mí, Dios me reservó para su propósito en la abstinencia forzada de un internado; a él, Dios lo sustentó por encima de las olas a base de poesía y guitarra, Nietzsche y Extremoduro. Y finalmente, superados los respectivos trances de adolescencia, nos hicimos universitarios. ¡OLÉ! He aquí a Van Gogh matriculado en Bellas Artes y a Gauguin matriculado en Filología Hispánica en la Universidad de La Laguna. Evidentemente, alguien estaba fuera de lugar. Fernandito abandonó la filología a mitad de curso y se fue a Lanzarote para retornar al curso siguiente dispuesto a entrar, esta vez, cómo no, en Bellas Artes. Ahora sí, Van Gogh y Gauguin se habían encontrado de verdad. ¡El espacio pictórico podía renacer!

El tío Jaime en uniforme militar o un muro de Las Gavias con alumbrado público son ejemplos de sus primeros motivos pictóricos. Motivos honestos, inmediatos, carentes de toda pretensión. Un arranque desde tabula rasa. Y en el piso rock progresivo, jam session y nube perpetua. El punk-pop acompaña a Fernandito desde antes de la fundación del mundo. Y mientras yo me echaba novia, Fernandito se echaba a Sandro, su compañero de piso, un espigado canarión, estudiante de Biología con una Stratocaster que tocaba con más clase que David Gilmour. La Gallina Verde estaba en camino. Fue esta una legendaria banda de rock fusión integrada por Fernandito Amor, Sandro Armas, Ali Butler y Marcial Bonilla. Su puesta en escena giraba en torno a una gallina verde que hacía de todo menos precisamente lo que se espera de una gallina tradicional. En un solo concierto engendraban más inspiración plástica que toda una plantilla de profesores en cinco años de facultad. Por esa época la música pop devenía en imágenes en nuestro intelecto, y estas venían a acoplarse como una matriz abstracta a las imágenes plásticas que estábamos pintando, permitiendo anticipar pinceladas e incluso giros críticos de composición y concepto. Resulta curioso que a nuestro gran mentor teórico, Ramón Salas, no le hiciera ninguna gracia el pop ni la música en general. Pero lo cierto es que el discurso de Ramón fue nuestra otra gran inspiración. Después de sus seminarios y correcciones empuñábamos el pincel con intuición regenerada, llenos de grandes presentimientos. Al final acabamos adoptando una canción de Los Burros, Mi novia se llamaba Ramón, himno conmemorativo de aquella feliz constelación. De Ramón conservamos como un talismán la palabra «doméstico» que todavía hoy su sola mención desencadena en nosotros un tropel de fantasías. Es especialmente a la obra de Fernandito a la que le viene muy bien lo de doméstico.

Su trabajo tenía una factura elemental, directa, como si lo hubiera hecho mamá. Había punk en esa reducción, pero al cabo se trascendía una ternura como de peluche. Entonces, comprendíamos que lo que expresaba su trabajo era el domicilio mental del universitario canario. El punk aparente no era otra cosa que expresión de la insularidad tropical, la mentalidad bananera. La ternura y el amor no eran otra cosa que expresión de la carga libidinal liberada entre chico y chica en la intimidad de la habitación. Fernandito colocó un espejo y este reflejó la realidad del ambiente lagunero, en un estimulante ejercicio de mímesis, solo comparable con la lírica de otro sujeto insular: el boricua René Joglar, alias Residente, en el primer álbum de Calle 13. Hacia el final y en el contexto de una asignatura con Adrián Alemán, Fernandito escribió durante meses un diario a muchas manos en los más diversos ambientes y situaciones. El Diario de Fernandito Amor es el registro de muchas de las contingencias que solo se dan cuando intuimos que el fin de la diversión está próximo. Y así llegamos al término de la licenciatura. En este punto, Fernandito ya había encontrado el amor de su vida y sentado considerablemente la cabeza. Era el punto de despedir para siempre su habitación de estudiante soltero. Fernandito Amor se tituló su individual de fin de carrera, ocasión por la cual hizo viajar su habitación completa desde La Laguna hasta la sede de la Academia Crítica en el Puente Zurita. Allí fue reconstruida con todo y calzoncillos. Ni qué decir tiene que la joya del montaje era el manuscrito del Diario de Fernandito Amor, abierto al azar encima de la mesa. Además la instalación, se utilizó como escenario para un show inolvidable del dueto Malaspecto. El guateque-exposición, con gran afluencia de público, fue un éxito de crítica y clausuró con broche de oro la edad bohemia de nuestro artista. A partir de aquí pasó a denominarse a sí mismo Fernando Robayna, aunque todos sabemos quién se esconde detrás de semejante máscara de ejecutivo.

Han pasado trece años desde aquel momento. En su trayectoria han habido algunas exposiciones de sala, pero el grueso de su arte se ha realizado sobre muros, peñascos, resorts en ruinas, coches abandonados y todo tipo de mobiliario urbano. Es su proyecto de plástica integral big yo. Suponemos que toda esta actividad se realiza sin patrocinio, en plena libertad de autoproducción, desde la más básica necesidad de expresión plástica. Para defender esa libertad y los garbanzos, nuestro artista se dedicó desde el principio al pluriempleo, toreando con éxito toda crisis. Fernandito ha ejercido de profesor, animador, monitor, mánager cultural, ilustrador y maquetador de libros, diseñador web, barman, escenógrafo, director de marketing y un largo etcétera. Por otro lado, está la música. Es cofundador del grupo de mestizaje Cumbiaebria, desde donde se ha curtido como compositor, guitarrista y cantante.

#workinprogress es el retorno de Fernandito al formato tradicional óleo sobre lienzo. Tras un respiro de varios años, no es el medio quien lo posee a él, no existe la clásica deformación profesional impuesta por el mercado. Es él quien retorna a la pintura adjudicándosela por asalto y poniéndola a sus pies para transitar sobre ella rumbo a nuevos horizontes. Como la Cumbiaebria o big yo, estos cuadros son hitos de un work in progress que no es otro que él mismo como persona. Valga mencionar sus comentarios en WhatsApp mientras pinta uno de ellos: «Voy a pelearme con ella (la piña)… por momentos parece que voy a caer al suelo KO… A veces los cuadros se vuelven contra uno mismo… parece que no sabes por dónde cogerlos… pero simplemente es… miedo… miedo que hay que superar». Si algo he aprendido con respecto a la pintura y al arte en general, es que no puede uno tomárselo como fin en sí mismo, a riesgo de tornarnos esclavos de la forma. Eso determina que el arte sea en la vida un accesorio emancipador o un yugo homicida. Mientras sirva para doblegar el miedo, hacernos más intrépidos y descubrir el verdadero propósito, estamos en el buen camino.

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